Su población, vivía dispersa en numerosos, aunque reducidos, poblados, vici et castella, pequeñas aldeas y torres para su defensa. El carácter reducido, numeroso y estacional de estos poblados fue la causa de su frecuente desaparición a lo largo de la historia. Son poblados en llano, sitos en el sector endorreico, caracterizado por las inundaciones ocasionales y la composición salina del suelo. La superficie media de los asentamientos ronda los 581 metros cuadrados y son de carácter funcional, propio de la temporalidad de su ocupación que quizá fuera estacional. Se localizan en las zonas más fértiles y asequibles del territorio, aprovechando cursos de agua estables y manantiales, dominando un valle o paisaje abierto.
Puesto que se dedicaban a la minería con la que extraían lapis specularis, su organización sería como las de ciudades estado dentro de la Celtiberia por el poder adquisitivo que tenían sus gentes.
Como buenos manchegos, los olcades se dedicaron a la producción del vino.
En Segobriga y Valeria se sabe que sus gentes acuñaron moneda y además de ello era aquel sitio donde se hacía toda la actividad comercial relacionada con el mineral procedente de los yacimientos mas cercanos, es decir, de las minas cercanas del el lapis specularis.
A lo largo del siglo III a.C. desaparecen como etnia, siendo su territorio absorbido por los carpetanos.
De carácter indómito, sus guerreros llegaron a vencer a Viriato y se aliaban a los Carpetanos, que eran hermanos de raza, para mantener varias contiendas contra los cartagineses de Anibal.
La Segunda Edad del Hierro en la submeseta Sur vendrá marcada por la progresiva implantación de la iberización. Este período desde un punto de vista cronológico abarcará en general la segunda mitad del primer milenio. El proceso de iberización de las tierras centrales de la Meseta Sur se da a partir del siglo IV a.C.apareciendo en esta zona cerámicas ibéricas con decoración pintada monócroma y bícroma de tonos rojos y castaños.
Las excavaciones de las últimas décadas, al situarlos en zona plenamente ibera, sitúan al pueblo, supuestamente olcade, en el entorno del oppidum ibero de Ikalesken (Iniesta) que dominaría el territorio actual de la Manchuela conquense y albaceteña y limitaría al norte con las zonas celtíberas de Valeria, Segóbriga, etc.
Las ciudades de los olcades son más bien opidums o enclaves fortificados que aprovechan el relieve del terreno, sobre todo en elevaciones naturales.
La sociedad olcade se basaba en unidades familiares y a un nivel superior en clanes, grupos más o menos numerosos compuestos de familias unidas por lazos de consanguinidad y de parentesco que les confería una vinculación afectiva variable.
Por debajo de la aristocracia y de los guerreros estaban las clases populares como los campesinos, pastores, artesanos, alfareros, herreros y comerciantes.
En ocasiones podríamos encontrar a un régulo (reyezuelo) al mando de un conjunto de ciudades. Pero lo más frecuente era que cada ciudad tuviese su propio principe u hombre importante, rodeado de una clientela (hombres vinculados a él por un lazo de fidelidad; a esta relación se la denominaba "devotio", y suponía que los que formaban el séquito de un caudillo debían morir con él). Cada ciudad tenía, asimismo, su senado, compuesto por los más viejos y experimentados miembros de cada población. Por último, la asamblea del pueblo, formada por los guerreros, a menudo tenla un peso decisivo en la declaración de la guerra y en la elección de un caudillo».
Por la situación que tenían los olcades, hay referencias a 320 dioses diferentes, aunque no todos de la misma importancia. Los tres principales serían: Tarannis, dios celeste de la tempestad y el trueno (gran dios de todos los pueblos indoeuropeos); Lug, dios del comercio y los artesanos, asociado con el sol; y Teutates, dios astral de la guerra. Otras divinidades eran: Endovelico, dios del Infierno y la noche, de la adivinación y de la salud, al que se representaba en forma de jabalí; Epona, protectora de los caballos; espíritus de las aguas y de las fuentes, de los árboles (especialmente el roble y la encina) y los bosques, genios protectores de los caminos y las encrucijadas; las Matres, representadas por tres mujeres, sentadas, rodeadas de frutos y niños, protectoras de la naturaleza y de la vida humana; y las Tutelas, divinidades femeninas protectoras de la familia.
No mucho antes del siglo VIII a.C. se comenzaron a introducir una serie de influjos meridionales, tal vez en relación con la creciente irradiación del foco cultural tartesico. Harán su aparición nuevos tipos de poblados, así como nuevos ritos funerarios de incineración, la introducción de la siderurgia o las cerámicas relacionarles con el área cultural surgida en torno al Bronce Final en las tierras altas limítrofes al Sistema Ibérico.
Por lo que se conoce por la arqueología y las fuentes literarias, las tribus o Gens (nombre dado por los romanos), se dividían a su vez en familias o Gentilitas ( nombre dado por los romanos ), gobernadas por una especie de monarca, que provenían de una élite militar ( puede tratarse de diferentes grupos étnicos ). Las tribus o Gens, eran comunidades separadas de individuos que compartían unas costumbres sociales, económicas, y en muchos casos, religiosas, que hacen posible que se pueda hablar de una cultura similar. Se trataba de aldeas situadas en cerros y normalmente con elementos defensivos como empalizadas de madera, etc. Se trataba de un grupo de cabañas habitualmente con zócalo de piedra, que normalmente tenían una ordenación irregular. Allí habitaban una o varias Gentilitas, que eran una especie de grupos familiares que se han intentado emparentar con las Gens romanas o las Gene griegas, pues tienen elementos similares, como un culto a una divinidad propia de la familia, etc. Pero estas Gentilitas no son todavía muy conocidas ni comprendidas, pues hay casos en los cuales el miembro fundador de la Gentilitas no es el mismo para algunos miembros de la familia, o que a veces cuando una hija se casa toma el nombre de la Gentilitas de su marido, etc. por lo que todavía no esta muy claro el funcionamiento de dichas Gentilitas.
Entre las tribus y ciudades celtíberas existieron, según los autores antiguos, formas específicas de relacionarse entre ellas que serían:
Hospitium
El hospitium (hospicio) o pacto de hospitalidad permitía adquirir los derechos de un grupo gentilicio a otros grupos o individuos. No se trataba de un acto de adopción; las partes actuantes contraían derechos mutuos sin que la personalidad propia se perdiera. Los contrayentes del hospitium se convertían en huéspedes (hospites) mutuos y el pacto de hospitalidad se solía acordar en un documento denominado tésera de hospitalidad. Estas téseras son láminas de metal recortado, en muchas de ellas figurando dos manos entrelazadas o la silueta de animales, que quizá tenían un significado religioso. Se supone que el hospitium, inicialmente, se acordaba en plano de igualdad, pero al surgir diferencias económicas, se iría pasando a un estado de dependencia. De entre los pactos de hospitalidad descubiertos, el más famoso es el Bronce de Luzaga, que registra un hospitium entre las ciudades de Arecoratas y Lutia, al que probablemente se sumaban las gentilitates Belaiocum y Caricon
Clientela
Las clientelas consisten en comitivas constituidas en torno a los individuos más importantes de una comunidad tribal. La relación entre estos individuos, generalmente aristócratas y sus seguidores, era una relación contractual basada en la desigualdad de riqueza y posición social de ambas partes; el jefe normalmente debía alimentación y vestido a sus seguidores, mientras que éstos le debían apoyo incondicional. Estas clientelas frecuentemente tenían un carácter militar.
Devotio
La devotio era una clase especial de clientela. Al elemento contractual de la clientela se añadía un vínculo religioso, por el cual los clientes de un jefe tenían obligación de seguirles a la batalla y de no sobrevivirle en caso de que éste muriera en combate. Tales clientes recibían el nombre de devotio y sus paralelos en la sociedad celta y germánica, soldurios y comitatus.
Por vivir en un terreno donde son muy numerosas y abundantes las minas de lapis specularis, se desconoce por completo si eran ellos mismos quienes las llevaban o eran forasteros o quizá esclavos o tal vez fueran prisioneros de algún botín de guerra entre todas las contiendas que libraban.
Hay algunas fuentes que dicen que en las minas había gentes de todas clases, de ahí que hubiese tantas etnias que se iban mezclando unas con otras o quizá con los mismos elementos o miembros de la tribu creándose así el proceso de mestizaje.
Pero al igual que en terrenos o en tierras del los íberos vivían varias clases de gente cercanas en oppidums diferentes, así como en la desembocadura del Segura había poblados de íberos, de fenicios y de griegos que levaban unas buenas relaciones sociales y económicas, es posible que, según la diversidad de poblaciones en esta zona, el manejo de la minas y la conglomeración de poblados, que en cada uno de los oppidums encontrados viesen gentes de diferentes etnias, es decir , en cada poblado podrían vivir gentes de diferentes estirpes o razas y de distintas clases.
No sería justo el pensar que las minas eran llevadas solamente por esclavos, por eso suponemos que también habría gente de otros sitios que se hiciese cargo de dichas minas. Así en un rádio de 15 km a la redonda podríamos encontrar varios oppidums los cuales cada uno pertenecería a una tribu diferente ,pudiéndonos encontrar en esta zona poblados típicamente íberos, sean edetanos o contestanos, según hallazgos de la cerámica, o bien los pueblos de carpetanos que estaban cerca de ellos cuya tradición era claramente de la cultura de Hallstad.